Omar y los frutos del desierto
La historia de Omar comienza en Moka, adonde lo conduce el espíritu de su maestro y donde, nada más llegar, se enamora de la hija del rey. Su amor se vuelve tan fuerte que se propone llevársela con él, pero el rey, al enterarse de sus intenciones, decide desterrarlo en el desierto.
En medio de aquel paisaje hostil encuentra un arbusto de frutos rojizos que le sirven de alimento y se convierten en su salvación. Narra la leyenda que aquella planta era un cafeto y que no sólo le permitió sobrevivir en su confinamiento sino que además le permitió observar que tenía propiedades curativas.
La fama de los granos se extendió rápidamente y, gracias a su descubrimiento y a las enfermedades que curó con él, el rey le permitió volver al palacio para que viviera feliz con su amada.
El pastor Kaldi y sus ovejas
Otro origen del café se sitúa en Etiopía, donde el pastor Kaldi sacaba a pastar a sus cabras cuando vio que algunas tenían un estado de agitación inusual. Observó que comían frutos rojos de un arbusto y decidió probarlos por sí mismo.
Al llegar la noche se sintió inquieto y no pudo dormir, por lo que decidió comentar su descubrimiento con el Imman de una mezquita próxima, quien realizó una infusión con los granos para dársela a sus discípulos.
Pronto su consumo se extendió para prolongar las oraciones nocturnas y se buscó mejorar su sabor. Después de comprobar que al tostar los granos se conseguía mayor aroma sin perder propiedades, comenzó la preparación del café como la conocemos hoy.
La bebida del diablo
Dicen que hace muchos años, en el siglo XVI, el café comenzaba a ser conocido en Europa. Se había convertido en la bebida favorita de los musulmanes y, al ser proveniente de los países árabes, no era bien vista por la iglesia católica italiana, después de siglos de guerras entre ambas religiones.
Para evitar que su consumo se extendiera la denominaron “bebida satánica” y la prohibieron a sus fieles. Pero esta medida no surtió el efecto previsto y pronto aumentó la presión para que el Papa de la época, Clemente VIII, le diera su bendición.
Ante tal situación, el Pontífice decidió probar una taza y la encontró tan deliciosa que exclamó: ¡Venzamos a Satanás impartiéndole bendición, para hacer de ésta una bebida verdaderamente cristiana!